viernes, 10 de diciembre de 2010

La Felicidad Como Arquitectura Permanente


El ser humano necesita un monto de felicidad para sentirse bien, satisfecho de vivir una vida sentida a su vez como propia. Para ello debe adquirir la capacidad de alegrarse por acontecimientos propios y ajenos. Esto debe ocurrir en la niñez y la responsabilidad de dicho aprendizaje es exclusiva de los adultos y de cómo éstos, a pesar de las adversidades, hacen lo necesario para que el niño, aún creciendo en un medio más hostil que beneficioso, sienta que vale la pena soñar, adquiriendo la capacidad de desear un cambio, y de sostener la frustración mientras tanto que este cambio llega.
Pero cómo se hace para sostener cierta felicidad en una emergencia, en un vivir, sintiendo que día tras día se percibe más lejano esa modificación del medio y sus actores. Cómo se reúne el material necesario si la materia prima del inmediato es negativa, violenta, nada esperanzadora. Esa es la pregunta más común que ocurre al pensamiento adulto. No obstante esa pregunta es producto de una consciencia predominante frente a un inconsciente ya reconocido como tal, salvo en los casos de patología permanente hereditaria o genética y en todo caso esta hipótesis encontraría igualmente oposición científica en muchos casos.
Pregunta solo respondida parcialmente ya que los descubrimientos, en relación directa con la evolución, han venido refutando viejas creencias, fortaleciendo supuestos teóricos, modificando pensamientos permeables, contradictorios, de cierta plasticidad, alejados de la estereotipia fundante de ortodoxias.
Entonces, si apoyados teóricamente y recurriendo mediante un acondicionamiento sostenido, a la memoria emocional, podríamos percibir que la incipiente inteligencia emotiva del niño discierne, al tiempo que construye memoria, y va registrando con cierta dificultad la breve y fugaz sensación, bajo sospecha si se quiere, de la alegría. Acontecimiento que le permite dormir y tener sueños, elaborar lo vivido hasta allí, posibilitando no solo recuperar y darle una nueva dimensión a la adversidad vivida sino que también le permite desarrollar una dinámica, una dialéctica generadora de una estructura móvil que hacia el futuro será la que anime a cambiar parte del contenido de un cimiento mórbido por  una nueva cimentación más saneada, que venga a equilibrar el presente. Y por supuesto reeditar e instrumentar el recurso primitivo utilizado en la niñez para tener un proyecto a futuro.
Es esta certificación de la existencia de una estructura resiliente la que custodia o debería hacerlo, la esperanza, de que retomando un viejo rumbo de prevención en salud mental se podría llegar a una concentración mayor en la dedicación a aquellos casos que reclaman por una verdadera terapéutica.
(En desarrollo)